Época: Barroco14
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1635

Antecedente:
Pintura barroca española

(C) Trinidad de Antonio



Comentario

Aunque Madrid era la capital desde 1561, esta idea no comenzó a afianzarse hasta después del regreso de la corte de Valladolid en 1606, lo que permitió que Toledo conservara todavía en esta etapa inicial del siglo su antiguo prestigio y, por consiguiente, una actividad pictórica importante que, sin embargo, después de estos años fue absorbida por el foco madrileño.Entre los pintores que trabajaron en el monasterio filipense sobresale por su aportación a la creación del nuevo estilo el florentino Bartolomé Carducho (h. 15604 1608). Discípulo de Zuccaro, se trasladó con él a El Escorial en 1585, donde participó en la decoración al fresco del claustro principal. Educado en el manierismo reformado, mostró una temprana inclinación a la humanización de los modelos y a la utilización de los contrastes luminosos, como puede apreciarse en dos de sus obras más destacadas: la Muerte de San Francisco (Museo de Lisboa, 1593) y el Descendimiento de la Cruz (Madrid, Museo del Prado, 1595), en las que ya aparece la atmósfera devocional que desarrollará posteriormente el Barroco.Su hermano Vicente Carducho (1570-1638) se formó con él y tras su muerte le sucedió en su puesto de pintor del rey. Su estilo muestra ya una clara actitud naturalista, sobre todo a partir de los años veinte, aunque mantuvo un gusto por la monumentalidad y el equilibrio compositivo de raíz clásica, que confiere a su producción un tono de contenida mesura, sólo roto en ocasiones por los efectos claroscuristas, más dependientes de la escuela veneciana que de Caravaggio. Pintor fecundo, realizó decoraciones al fresco (capilla del Sagrario de la catedral toledana, 1615, en colaboración con Eugenio Cajés), numerosos lienzos para retablos (monasterio de la Encarnación, Madrid, 1614; monasterio de Guadalupe, en colaboración con Cajés, 1618), e incluso cuadros de batallas para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro (1634, Fleurus, Constanza y Rheinfelden, Madrid, Museo del Prado). Pero su obra más significativa es la serie de cincuenta y seis pinturas que ejecutó a partir de 1626 para la Cartuja de El Paular, en las que muestra un total dominio de los recursos expresivos del Barroco.Si su arte es importante porque supone la afirmación del nuevo lenguaje en el foco madrileño, su personalidad adquiere aún mayor relevancia por su condición de teórico, actividad poco frecuente entre los pintores españoles. En su tratado "Diálogos de la pintura" (1633) plasmó sus ideas estéticas, aún vinculadas a la concepción renacentista, ya que afirma que los artistas no deben copiar la naturaleza, sino enmendarla, en evidente contradicción con su propia práctica pictórica. Probablemente por su condición de intelectual defendió con ahínco a lo largo de su vida la dignidad de la profesión artística, participando en 1606 junto a otros pintores en el intento de crear una academia bajo el patrocinio real, empeño sin embargo fracasado.Amigo y colaborador suyo fue Eugenio Cajés (1574-1634), hijo del pintor escurialense Patricio Cajés. Su formación, que completó con una estancia en Roma hacia 1595, es semejante a la de Carducho, aunque se interesa más por la blandura y suavidad formal. El refinamiento cromático y los suaves efectos luminosos de raíz veneciana completan las cualidades de su estilo, especialmente inclinado al verticalismo (frescos de la capilla del Sagrario de la catedral de Toledo y retablo del monasterio de Gudalupe, en colaboración con Carducho; Santa Leocadia, catedral de Toledo, 1616). Cuando murió estaba trabajando en la decoración del Salón de Reinos del Palacio de Buen Retiro, para donde realizó la Recuperación de Puerto Rico (no conservado) y la Toma de la isla de San Cristóbal, que concluyeron sus ayudantes.El conocimiento directo de la obra de Caravaggio llegó a la escuela madrileña a través de Juan Bautista Maino (1581-1649), el primer artista cuyo aprendizaje aparece ya desvinculado del foco escurialense. Se formó en Italia a partir de 1600, primero en el entorno milanés y después en Roma, donde conoció la obra de Caravaggio y de Aniballe Carracci, además de entablar amistad con Guido Reni. Sin embargo, el clasicismo boloñés apenas inspiró su labor, en la que por el contrario sí son evidentes las sugestiones de Caravaggio, en modelos, actitudes y sistema de iluminación, aunque su claroscurismo es más suave que el del artista milanés. Una de sus obras más significativas es el retablo de las Cuatro Pascuas (Museo del Prado y de Villanueva y Geltrú), que realizó en 1612 para el convento de San Pedro Mártir de Toledo, ciudad en la que se instaló un año antes y donde ingresó en la orden dominica en 1613. Sus contactos con la corte debieron de ser importantes, pues hacia 1620 fue nombrado profesor de dibujo del futuro Felipe IV, trasladándose por este motivo a Madrid, donde residió hasta su muerte. Su obra conocida es escasa, quizás porque pintó poco, aunque para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro realizó uno de los mejores cuadros del conjunto, la Rendición de Bahía (1635, Madrid, Museo del Prado), en el que sitúa al fondo, en un lateral, la gloria del soberano, dedicando los primeros pianos a la representación de los males de la guerra. En este lienzo abandona ya los efectos tenebristas, siguiendo la tendencia que se generalizó en la pintura española a partir de estos años.El principal retratista del reinado de Felipe III fue Bartolomé González (1564-1627), quien mantuvo el estilo descriptivo y envarado definido por Sánchez Coello en la centuria anterior, aunque el empleo de suaves sombras para modelar los cuerpos depende de Pantoja de la Cruz (retrato de la Reina Margarita, 1609, Madrid, Museo del Prado; retrato de Felipe III, 1621, Madrid, Palacio Real).